sábado, 14 de marzo de 2009

Cuando conocí la montaña I

 Cuando conocí a esta gente yo tendría unos trece años. Mi hermana me apunto a una excursión a un sitio llamado Fuente Dé.
Del lugar no guardo muchos recuerdos, solo la subida en el teleférico y la vista desoladora que allí arriba me pareció ver.
Lo más parecido a una montaña que yo conocía en aquella época era el monte Igueldo y el desfiladero de Pancorbo; que por cierto, se me disparaba la imaginación cada vez que pasaba por ahí.
Lo que sí recuerdo es aquella gente que iba en el autobús. Cantando, riendo, y siempre alegres.
Desde ese día me integre en ese grupo con el que compartiría experiencias y desafíos.
Casi todos los fines de semana cogíamos el tren hasta Santa María de Mave. Recuerdo la aproximación hacia aquellas paredes, mi primer contacto con la caliza, mis primeras noches al raso, las tardes tumbados en la hierba bajo el sol, la primera vez que vi y oí las historias de aquellas vías sombrías.
Por aquella todavía no estaba construida una caseta horrible justo debajo del gran techo, nuestro sitio preferido para dormir cuando no llovía.




Todo el día estábamos buscando sitios por donde subir, los dedos sangraban. Alguien me contaba cosas de una moto. ¿La moto? ¿Qué será eso de la moto?... ¡joder!... ¡ya sé lo que es la moto!...ahí estaba yo, haciendo una travesía a unos tres metros del suelo cuando arrancó la condenada.
Yo pegado a la pared con la uña de un dedo de cada mano incrustados en unos pequeños orificios y las punteras de las botas, la derecha no dejaba de coger revoluciones, sobre unas repisas de un par de centímetros intentando aguantar.- ¡bah! El suelo está ahí mismo…salté…pero el suelo estaba inclinado y el tobillo derecho se quejo. Cuando llegue a Palencia casi no podía ni andar pero mientras no molestó mucho.

Había un par de vías que eran la prueba definitiva, la Vicente y el gran techo. La Vicente era la más larga; recuerdo un gran puro en medio de la vía que había que sortear abrazado a él de brazos y piernas donde a alguno hubo que tirarle una cuerda desde arriba para que alcanzase el siguiente paso. Pero para hacer esa vía primero había que pasar el gran techo.
El gran techo lo teníamos siempre ahí al lado llamándonos. Cuando no estábamos haciendo alguna vía nos poníamos a escalar el principio del techo y muy poquitos lo conseguían.
Como yo estaba empezando pues estaba todo el día entrenando en un par de pequeñas vías que no precisaban ningún material y alguna vez me ponían de segundo en alguna vía mas prolongada.




Nos recorríamos todos los rincones, nos conocíamos todas las cuevas. Allí donde se podía subir nos subíamos, allí donde se podía bajar nos bajábamos. Cada vuelta a casa, con la cabeza apoyada en la ventana del tren, veía como iba cambiando el relieve y soñaba con la próxima vez que me subiría a los estribos.
Un día se prepara una excursión en autobús a un sitio donde dicen que hay una cascada. El ambiente en la espera a subir al ¿¿autobús?? es magnífico. No recuerdo la hora pero seguro que era muy pronto.
Todo el viaje cantando, amigos y amigas vamos a pasar un fin de semana en un refugio. Pasamos por pueblos pero no se ven. El minibús pasa por un túnel y rompe los carámbanos de hielo que cuelgan. Llegamos a una pequeña rampa, el minibús se para y nos bajamos. Todo alrededor era blanco iluminado por las estrellas, tocaba empujar. Cuando se acabo la rampa nos subimos, menos mal porque el humo casi nos asfixia. A un par de kilómetros se acabo el viaje.
Empezaba a amanecer cuando sacábamos las mochilas y los esquís del vehículo. Estábamos en un pueblo en blanco y negro… el ultimo pueblo. Ante mis ojos se levantaban laderas blancas que me asustaban. El refugio estaba al lado del pueblo, entre medias pasaba un pequeño río.
Ya con sol veo sorprendido todo lo que hay a mi alrededor. Montañas que parecían merengues, valles blancos que no sabia donde iban. Todo era blanco. Ese dia cogimos un camino que salía justo del refugio y conoci las agujas y el pozo. Ya en el refugio todavía quedaba tiempo para sentir la sensación de deslizarse sobre unas tablas.
Las fijaciones de cable no se llevaban muy bien con mis botas casi casi semirrígidas de piel de borrego pero a mi eso me daba igual. Allí estaba yo en plena montaña y aprendiendo a esquiar por la carretera. Después a cambiar de ropa y pegar la mojada a la chimenea.

Capítulo II

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