Yo me sentaba a su lado enfrente de dos cubetas y mi padre
en la ampliadora. Allí estábamos los dos iluminados por la luz roja. El metía
el papel en el revelador y yo veía como
iban saliendo las fotografías, cuando ya me parecía que la foto estaba bien la
pasaba al fijador y luego todas al cubo de agua y a la fuente a lavarlas para
después secarlas. La verdad que me divertía ver aparecer las caras de la gente
y al que veía un poco pálido le frotaba la cara con el dedo y le ponía más
negro que un tito…je je je. Lo malo era cuando había que revelar y secar las
quinientas fotos que solían hacerse un buen día (noche) de fiestas…
Luego llego el color y ahí ya la cosa era mas de fortuna, mientras en blanco y negro solo había que ir metiendo papel en la cubeta del revelador e ir pasando una a una al fijador, el color era a base de cronometro temperatura y oscuridad total a excepción de una luz verde que solo se podía encender para ver un poco las fotos cuando se revelaban todas a la vez. Un caos, pues de las ocho maquinas no había ni una igual y las fotos se revelaban todas a la vez. El resultado solía ser de fotos de todos los tonos y colores, así que tocaba repetir todas las que hacían daño a la vista.
Luego llego el color y ahí ya la cosa era mas de fortuna, mientras en blanco y negro solo había que ir metiendo papel en la cubeta del revelador e ir pasando una a una al fijador, el color era a base de cronometro temperatura y oscuridad total a excepción de una luz verde que solo se podía encender para ver un poco las fotos cuando se revelaban todas a la vez. Un caos, pues de las ocho maquinas no había ni una igual y las fotos se revelaban todas a la vez. El resultado solía ser de fotos de todos los tonos y colores, así que tocaba repetir todas las que hacían daño a la vista.
La costumbre de la gente era hacerse la foto a última hora,
cuando el pulso ya no existía y la vista no “enfocaba” muy bien…pero no se iba
hasta conseguir dar al puto clavito para verse la cara al día siguiente y
hacerse unas risas.
Luego llegó la Polaroid. Hicimos infinidad de pruebas y
aquello era un desastre sin contar con la calidad de la imagen. Así que dejamos
aparcado el asunto y a seguir con lo tradicional: Cerrar tarde, revelar los negativos,
al tendedero y pasadas con secador de pelo. Al día siguiente rematar el secado
de negativos y al laboratorio (60x200cm). El secado de las fotos se hacía hasta
comiendo… ¡que tiempos!
Y por fin salió ella…
Ya no teníamos que seguir trabajando después de cerrar. Y
por las mañanas solo había que preocuparse de tener todo limpito y preparado
para abrir por la tarde… que bueno fue mientras duró.
Tenía en la parte trasera un enchufe para conectar un
control remoto. Conseguimos que mediante un microcontactor, y acertando a la
primera con la posición de los tres cables que había que conectar a la maquina,
disparase la foto. Solo había un problema… a diferencia de las maquinas compactas
tradicionales, la Polaroid era muy lenta en reaccionar y para que saliese la
foto teníamos que alargar el tiempo de contacto del micro.
El mecanismo antiguo era simple: una varilla de hierro con
los extremos doblados en forma de L. Cuando se apretaba el clavito la maquina
disparaba a la vez por el sistema de palanca.
Pero con la Polaroid era diferente: La maquina primero tenía
que cargar el flash y enfocar, a continuación ya salía la foto. El disparo de
la carabina era demasiado rápido para que diese tiempo a salir la foto, solo
cargaba el flash y se volvía a descargar pasados unos quince segundos, o sea…
que había que darle dos veces y rapidito je je je. Solo dándole de refilón salía
a la primera ya que así se conseguía que el micro trabajase más lento.
Así aguantamos hasta que llego la era digital y aquella
maldita curva grasienta en un día de fina lluvia.
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